De Melo a París

Relatos de viaje

9 de enero, cinco de la tarde. 

Llueve. Es nuestra primera caminata por la ciudad y todo me parece lindo: la decoración navideña de las avenidas; las lucecitas afuera de cada “brasserie”; las sillas de mimbre que solo varían en su combinación de colores. El cielo gris no hace más que encantar el momento. 

La huelga del transporte lleva seis semanas y es la más larga de la historia de Francia. Para ese día estaba convocada otra movilización en contra del proyecto de reforma del sistema de pensiones. Cuando veo dos mujeres caminando hacia mi y una lleva una bandera de la CGT (una de las organizaciones sindicales de Francia), quise con toda mi fuerza el superpoder que deseó alguien y que yo también deseo: saber hablar idiomas sin estudiar. Pero después de pedírselo al universo, mi siguiente palabra no se escuchó en francés. Me conformé con una cerveza en cualquier barcito mirando la lluvia. La entrevista periodística a una manifestante solo sucedió en mi cabeza. 

La propuesta del gobierno de Macron se basa en la unificación del sistema pasando a un sistema único por puntos, lo que implica para muchos franceses perder derechos adquiridos. Un punto álgido de disputa fue el pasaje de la edad ‘pivot’ (de equilibrio del sistema) de 62 a 64 años. Este cambio implica en los hechos un aumento de la edad de la jubilación. Divide y triunfarás. A mediados de enero el gobierno anunció el retiro de este punto del proyecto y  algunos sindicatos abandonaron la huelga, que ya era difícil de sostener para los trabajadores. 

París es una fiesta de sabores. No descubro nada pero es cierto. Los vinos, la sopa. Todo es lindo, todo es rico. Los parisinos son elegantes, también. Y fuman, fuman mucho. Mientras tomaba mi primera cerveza y repasaba la entrevista que no hice, se sentaron al lado más de cinco adolescentes, o eso parecían. Todas fumaban. Después percibí que todos lo hacen. Las leyes de regulación del tabaco en París, aunque han ido en aumento, son menos restrictivas que en Uruguay, pudiendo por ejemplo —para mi sorpresa y educación vazquizta-leninista— fumar en zonas cerradas de los bares. No voy a negar la elegancia casi natural de ver a un francés tomando un café a la mañana sentado en un bar con un cigarro en la mano. Pero también me pregunto si no será hora de enviarles a nuestro presidente Tabaré antes de que resuelva asumir otro cargo. A los parisinos les falta vazquizmo. He dicho.